Con mi mayor Admiracion a los dos......de Victor...para Lola
PAISAJE EN ROJO
No me negaréis que el rojo es un color exaltante, un color caliente y aún goloso (de rojo están teñidas la mayoría de las cajas de bombones, en las que los sabores rememoran los sueños del coíto).
Pero volviendo a los ancestros, el rojo – color predominante del fuego – atañe a los síntomas que Dante atestiguó en los círculos del infierno. Desde hace tiempo descubrimos sin embargo que – seguro en contra de los dogmas – infierno y placer están unidos, intimamente ligados; y una de sus características envolventes es el miedo.
¿Cómo es el verdadero placer – nunca burgués del todo – cuando se pronuncia por fin conmoviendonos?. Miedo al castigo, miedo al dolor, miedo al rojo del rubor detrás de los antifaces rojos de una Venecia de nuevo despierta.
Hemos descubierto también que el dios de la Naturaleza nos dió el sexo para algo. Cubierto de algas espera el misterio de su descubrimiento: ninfa o mancebo; confusa diferencia que nos ha llevado a la “confusión” del deseo siempre “confuso”.
La virginidad ocupó el vértice de la Historia porque la mujer - ¿más débil? - no la queríamos libre. El himen era una barrera sacralizada hasta que accedimos a la convicción de que la castidad es el único pecado de la carne.
Atreverse, y para ello hay que vivir de la inteligencia y del deseo que todos poseemos, humillado, blasfemamente guardado en una Caja de Pandora. Los artistas son los únicos que han dado pasos, casi imposibles, para encontrar el estupor de su sexo húmedo y aún marchito.
Rimbaud, Baudelaire, Lorca, Da Vinci, Miguel Ángel, Mahler, Britten, Genet, Sartre, Simone de Beauvoir... El tiempo se ha ido abriendo a la carne contra los misterios de una Iglesia precisamente oscura y desaseada en la suya, sin esperanza aparente.
La mujer rompe sus barreras, auna el negro de una ropa interior diseñada por el deseo, y el propio Puccini abandona en ocasiones el lirismo de su Mimí, protagonista enferma, para llegar a una Musetta - ¿desvergonzada? - y feliz con la aventura de su vida. Si la ópera nos ha dado la oportunidad de este pequeño salto nos ha dado también el lanzamiento mortal a otro personaje por fin sin grilletes: Lulú.
Hoy con la definitiva pintura de Lola hemos llegado a un ejemplo de madurez sin disimulos, estamos ante el rojo sin paliativos, atados a los bombones de la carne alternativa y dominante, ante el deseo confuso entre doncella y mancebo. Atiborrados de tópicos la sorpresa es el único cauce hacia el misterio. ¿quíenes somos?. ¿A dónde vamos sino a la muerte inevitable que todos tendremos al final, con la carne puesta en pie por la aparición del deseo confuso?.
Ahora todo está en rojo, el triángulo escatológico impera sobre los antifaces y las melenas, color puesta de sol, más absorventes, ya que ser pelirrojo puede ser una señal.
Nada se escapa a la geografía de estos cuadros por encima de las necedades del pudor: travestismo, masoquismo, sadismo, masturbación, coíto, admisión de la muerte criminal a manos de Jack el Destripador; y al final, pintura, una pintura frontal donde el realismo se mueve en un vértice formidable, y la vida , el placer y la muerte se combinan con las sensuales ropas creadas por el deseo del hombre, que siempre tiene el alma dividida entre la ambición y la bragueta. Estamos ante la necesidad de explicarse a través de la pintura genial, preciosamente desvergonzada y aún escandalosamente humana y tierna.
Esta es la visión no solo de un amigo que conoce bien a la artista sino la de un crítico que siempre la ha admirado.
VICTOR